Comenzaba la década del 80 y Gabriel García Márquez nos regala una novela corta que será suceso. Aquel que necesitó un libro bíblico para contar 100 años de soledad, ahora le alcanzaron pocas páginas para pergeñar una gran metáfora sobre lo que somos y cómo lo somos. Veamos:
En un pueblo caribeño el ajuste de cuenta familiar hace que dos gemelos “condenen” a muerte al joven Nasar. Los hermanos no ocultan su decisión, incluso van a comprar cuchillos nuevos para la ejecución. Lo saben los verdugos el condenado y sus familias, lo sabe el barrio, el pueblo entero, lo sabe la policía, la Iglesia y los militares del lugar, no hay quien lo ignore. Todos hablan del tema, todos dicen que hay que parar el hecho, todos comentan, todos aconsejan, todos opinan, pero nadie mueve un pelo, nadie junta el habla a los hechos y llega el día y llega la muerte.
Al terminar el partido Central Córdoba vs Luján todo el relato vino a mí como si recién lo hubiese leído, sensación que se saltó décadas de mi vida.
Todos sabíamos que esto iba a pasar, hace mucho que lo sabemos. Hablamos, opinamos, criticamos, protestamos, aplaudimos pero sabíamos que el camino sólo tenía un punto de llegada y llegamos, ahora, es tiempo de la tristeza y del replanteo.
El partido en sí no sé hasta qué punto vale la pena analizarlo, además de que fue un calco de casi todas las actuaciones charrúas: Primer tiempo parejo, pocas llegadas, los visitantes que tocan la pelota, los nuestros que la paran con la rodilla, llega el centro de siempre y el gol contrario de siempre y nos vamos al vestuario uno a cero abajo. Segundo tiempo que empieza mal pero que va empeorando hasta terminar en desastre, un técnico que hace dos cambios ofensivos que no suman mucho, luego parece sentirse Casini y cuando uno pensaba que se va a jugar, porque ya no había un mañana, en vez de poner un delantero lo pone a López. Pasan los minutos, crece la desesperación del público, hasta el relator del partido pierde la paciencia y vocifera “Córdoba, estás jugando de local, despertá de una vez” López y Esquivel se van cada vez más al ataque, lo que a uno le hace pensar que para mandar los defensores al frente hubiese ingresado otro delantero, y de contragolpe Luján pega la puñalada mortal y Nasar cae bañado en sangre en su propia calle, en su propio barrio, delante de todos los que ya sabían que no había otro final.
Ahora el luto, el desengaño, la frustración y la enorme tristeza.
Este comentarista va a terminar esta nota aquí, porque es el momento de analizar el replanteo y para eso es necesario enfrían un poco la bronca, porque si digo todo lo que pienso en estos momentos, no creo que pueda seguir publicando mis notas
Me despido, como siempre, disculpándome si mi crítica molesta a algún alma sensible.
-Pablo Adrián -El Agrio- |
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